¿Qué es la cheapflacción y cómo afecta a tu alimentación?

Cheapflaccion

Vivimos en una época maravillosa. Una era en la que la tecnología nos permite pedir sushi a domicilio con un clic, en la que los coches pueden conducir solos y en la que los alimentos mágicamente siguen costando lo mismo… aunque cada vez traigan menos cantidad o sean de peor calidad. Bienvenidos a la cheapflacción, el fenómeno económico que demuestra que, en el fondo, lo barato sale caro… o simplemente sale menos.

“Cheapflacción: cuando la inflación nos deja con hambre y la reduflacción nos toma por tontos.”

Inflación, reduflacción y el gran truco de magia

Para entender el milagro de que los alimentos no suban (tanto) de precio mientras todo lo demás se dispara, hagamos un pequeño repaso.

Inflación: Todo cuesta más porque producirlo cuesta más. La materia prima sube, la energía sube, los transportes suben… y, como las empresas no son ONGs ni asociaciones de beneficencia, te lo repercuten a ti, querido consumidor.

Reduflacción: Como subirte el precio es feo y a nadie le gusta ver números más grandes en la etiqueta, las empresas aplican un truco digno de David Copperfield: te dan menos producto por el mismo precio. La bolsa de patatas de 200 g ahora pesa 170 g, la tableta de chocolate se ha encogido, el yogur tiene más aire que sustancia, y la barra de pan parece un palo de tambor.

Cheapflacción: Cuando ya no se puede reducir más sin que la gente empiece a notarlo demasiado, llega la guinda del pastel: empeorar la calidad sin que te enteres. Se cambia el aceite de oliva por aceite de palma, la carne de hamburguesa por un misterioso compuesto proteico, el queso por algo que parece queso pero en realidad es plástico derretido con saborizantes.

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Pero, ojo, que no es estafa, es optimización de costes.

El cliente siempre tiene la razón, hasta que no tiene opciones

La industria alimentaria está en una encrucijada. No puede absorber todos los costos de producción porque, de nuevo, no son ONGs. No pueden subir los precios demasiado porque, si lo hacen, los consumidores pobres (es decir, casi todos nosotros) dejarían de comprar. Así que han encontrado el punto medio perfecto: cobrar lo mismo por menos o peor.

Es un arte que se ha refinado con los años. ¿Recuerdas cuando un bote de helado duraba más de dos noches? Ahora el envase es más alto y más estrecho, y contiene más aire que helado. ¿Y qué decir de los cereales? El paquete es enorme, pero dentro solo hay tres puñados de producto flotando en un mar de aire.

Pero tranquila, que todo es por tu bien. Menos calorías, menos riesgo de obesidad. Si te están vendiendo aire, es porque se preocupan por tu salud… o al menos eso quieren que creas.

Los nuevos productos: menos ingredientes, más margen de beneficio

El jamón cocido ya no es 90 % cerdo, sino 60 % carne, 20 % almidón y un 20 % de esperanza.

El zumo de naranja ‘recién exprimido’ ha viajado más que tú en tus últimas vacaciones. Primero fue concentrado, luego se reconstituyó con agua que pasó por mil procesos, y ahora está en tu vaso con más estabilizantes que una crema antiedad.

Las salsas ‘premium’ llevan cada vez menos tomate y más espesantes. Pero no te preocupes, el colorante hace que parezcan igual de apetitosas.

Y todo esto sin olvidar el cambio de ingredientes clave: menos mantequilla, más aceite de palma; menos cacao, más azúcar y leche en polvo. ¿Es un problema? Para la empresa no, porque la mayoría de los consumidores ni se dan cuenta… hasta que un día la crema de cacao ya no sabe como antes y nadie sabe por qué.

cheapflacción

No te quejes, que al menos sigue habiendo comida

La gran justificación de la industria alimentaria es simple: “Es esto o el hambre”. Porque claro, todo ha subido de precio.

El trigo, el azúcar, el aceite, el cartón del envase, el transporte, la electricidad de la fábrica, el agua con la que limpian las máquinas… ¿De verdad esperabas que tu galleta favorita siguiera siendo igual de buena?

Seamos razonables. No se puede hacer magia. La única forma de que sigas pagando lo mismo es quitando ingredientesde aquí, sustituyendo un poco de allá y cruzando los dedos para que no lo notes.

¿Y el futuro? ¿Seguirán haciéndonos pasar hambre con truquitos?

Las perspectivas no son muy alentadoras. Si las cosas siguen así, en unos años podremos comprar una bolsa de patatas fritas que contenga exactamente dos patatas y un soplo de viento.

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Las hamburguesas serán de proteína alternativa de vete a saber qué o de algún tipo de alga misteriosa que tendrá el 99 % del sabor de la carne (según la publicidad).

Los chocolates premium serán 60 % aroma de cacao y 40 % aire comprimido.

Y los zumos serán agua con colorante y un ligero recuerdo lejano a fruta.

Pero no te preocupes. Nos dirán que es ‘innovación’, que es ‘sostenible’, que es ‘por el planeta’. Y si no nos lo creemos, pues nos acostumbramos.

Porque al final, la cheapflacción no solo afecta a la comida: también nos han reducido la capacidad de indignarnos.

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