Los errores de seguridad alimentaria en casa son más comunes de lo que creemos. Y lo curioso es que suelen pasar justo en ese lugar mágico —bueno, trágico— llamado cocina. Ese espacio donde uno siente que lo controla todo… hasta que aparece el pollo crudo, las sobras olvidadas o ese trapo húmedo que lleva días pidiendo baja laboral.
Porque sí: aunque nos creemos chefs de estrella Michelin, en casa cometemos errores dignos de un documental de “catástrofes domésticas”. Y lo mejor (o peor) es que muchos tienen consecuencias directas en la seguridad alimentaria, la higiene alimentaria y, por extensión, en nuestra salud y la de quienes tienen la desgracia de comer lo que hacemos.
Hoy repasamos los grandes clásicos, esos fallos que todos hemos cometido alguna vez. Prepárate para reírte… y para revisar tu cocina con cierta vergüenza.
1. Descongelar en la encimera: el crimen culinario más democrático
Si existe un error universal, es este. Media humanidad ha colocado alguna vez un filete congelado en la encimera pensando: “Total, no pasa nada y así se descongela antes”. Y sí, pasa. Pasa tanto que debería sonar una alarma.
Cuando dejamos alimentos congelados a temperatura ambiente, entramos de lleno en la “zona de peligro” bacteriana: entre 5 °C y 60 °C, ese pequeño rango donde las bacterias dicen “fiesta en la casa de Inés” y se multiplican como si no hubiera un mañana. Y luego, claro, le echamos la culpa al pollo por sentar mal.
El método correcto: descongelar en la nevera o usando el microondas. Pero claro, eso requiere planificar, y a veces confiamos más en la física cuántica. Spoiler: no funciona.
2. El trapo húmedo reutilizado (alias: “la fregona portátil”)
Hay trapos de cocina que, si hablaran, contarían más historias que un veterano de guerra. Los usamos para limpiar la encimera, luego para sostener una olla caliente, luego para secarnos las manos, luego para limpiar una gota de aceite… y al final ese trozo de tela ya no sabe si está vivo o muerto.
Ese trapo, húmedo y tibio, es el spa favorito de microbios que desafían todos los manuales de higiene alimentaria. ¿Y qué hacemos? Lo dejamos sobre la mesa, como quien deja una vela aromática.
Solución: cambiarlo cada día o, si has tenido una sesión intensa de cocina, incluso antes. Alternativa más profesional: usar papel desechable para limpiar superficies que han estado en contacto con carne o pescado. Lo sé: menos sostenible, pero infinitamente más seguro que usar el “trapo zombi”.

3. Guardar mal las sobras: el arte de crear civilizaciones bacterianas
El ser humano tiene dos tipos de sobras: las que se guardan bien y las que… digamos que evolucionan. A veces dejamos la comida sobre la mesa “para que se enfríe” y nos acordamos tres horas después, justo cuando ya hemos cometido un atentado contra la seguridad alimentaria. O metemos una olla entera, aún caliente, en la nevera, porque claro, la física del calor es opcional.
Lo ideal —y lo que recomiendan todos los manuales de manejo seguro de alimentos— es guardar las sobras en recipientes pequeños, dejarlas a temperatura ambiente solo el tiempo justo (máximo dos horas… máximo) y refrigerarlas enseguida. Pero nosotros preferimos confiar en nuestro amigo “No pasa nada”. Un amigo muy optimista, pero bastante mal consejero.
4. La tabla de cortar única: madera noble… y bacteria noble también
La tabla de cortar única es, un clásico del minimalismo suicida. ¿Para qué tener una tabla para la carne y otra para las verduras cuando puedes usar la misma para todo y vivir al límite? Total, ¿qué es eso llamado “contaminación cruzada”? Suena hasta elegante.
El problema es que esa mezcla de jugos de pollo crudo con el tomate de la ensalada crea una experiencia gastronómica memorable… pero no en el buen sentido. La higiene alimentaria recomienda separar superficies y utensilios para evitar estos cruces bacterianos que parecen sacados de una novela de ciencia ficción.
Si no quieres tener dos tablas, al menos lava la tuya con agua caliente y jabón después de cada uso. Y si es de madera y ya parece un mapa topográfico, piensa que quizá ha llegado su hora.

5. Cuajar el huevo “a ojo”: tradición, emoción… y riesgo
Ay, el huevo. Protagonista de mil recetas y de mil disgustos. Mucha gente cree que está cuajado solo porque “ya no está tan líquido como antes”. Pero el huevo poco hecho, especialmente si es de origen dudoso o no está bien manipulado, puede ser un vehículo ideal para microorganismos como la salmonela.
¿La solución? Cocinarlo hasta que la clara esté firme y la yema comience a espesar. Y si es mayonesa casera, mejor consumirla en el acto y mantenerla fría. Lo siento, abuela: tus tradiciones son preciosas, pero la seguridad alimentaria no entiende de nostalgia.
6. La nevera organizada… como una jungla
A mucha gente le da igual dónde deja cada cosa: carne arriba, yogures abajo, pescado encima de la lechuga… total, la nevera está fría, ¿no?
Pues no. La disposición importa, y mucho. La carne y el pescado crudos deben estar en la parte inferior, bien cerrados, para que sus jugos no se derramen sobre otros alimentos. Las verduras, en los cajones. Los lácteos y productos ya cocinados, en las baldas superiores. Así se evita la contaminación cruzada y se mantiene un mínimo de orden civilizado.
Pero claro, es más fácil meter las cosas donde quepan. Si tu nevera parece un Tetris emocional, quizá ha llegado el momento de replantearse la distribución.

7. Probar la comida “a ver si está buena” cuando ya lleva días en la nevera
Aquí va una verdad incómoda: las bacterias no tienen sabor. No avisan. No envían señales de humo. Si pruebas una comida dudosa “solo para comprobar”, estás entrando en terreno peligroso.
La seguridad alimentaria es clara: si una sobra lleva más de tres o cuatro días en la nevera (dependiendo del tipo de alimento), lo más sensato es despedirse y tirarla. Esa valentía gastronómica de intentar salvar un tupper de lentejas viejo no te convierte en héroe: solo en candidato a una gastroenteritis.
8. Cocinar sin lavarte las manos: la multitarea más arriesgada
Sí, las manos parecen limpias. Después de todo, solo has tocado el móvil, la puerta, el mando de la tele y quizá la perra. Nada grave, ¿verdad?
Malas noticias: nuestras manos son como un aeropuerto para bacterias. Y cuando cocinamos sin lavarlas adecuadamente, les damos un billete directo a los alimentos. Agua y jabón durante al menos 20 segundos, antes y después de manipular comida, especialmente si es carne o huevo. Y sí, también después de tocar el móvil. Ese dispositivo que seguramente está más sucio que tu fregadero.

9. Lavar el pollo crudo: la ducha que no necesita
Mucha gente sigue pensando que lavar el pollo antes de cocinarlo es higiénico. En realidad, es como darle una manguera a las bacterias para que se paseen felices por toda la cocina.
El agua salpica, se dispersa y termina contaminando superficies, utensilios y hasta tus mangas. La buena noticia es que cocinar el pollo a una temperatura adecuada elimina las bacterias sin necesidad de ducharlo antes. Lo juro.
En resumen: cocinamos con cariño, pero a veces con demasiada confianza
Los errores que cometemos al cocinar no siempre son fruto de la pereza; a veces son herencias familiares, costumbres arraigadas o simples despistes. Pero mejorar nuestra higiene alimentaria y nuestra seguridad alimentaria no implica volverse paranoico, solo ser un poco más consciente.
Y si después de leer todo esto te has reconocido en más de un punto, no te preocupes: estás en buena compañía. La cocina perfecta no existe, pero sí una cocina más segura. Y oye, si además comemos mejor y evitamos sustos… pues casi que mejor, ¿no?
