Lavar los huevos y el pollo crudo puede parecer un gesto higiénico, pero muchas veces es innecesario e incluso peligroso. Aun así, en muchas cocinas domésticas hay quien abre el grifo como si se le fuera la vida en ello.
Un desfile de alimentos pasa bajo el chorro de agua con la solemnidad de un ritual sagrado: frutas, verduras, envases de yogur, filetes de pollo, carne picada… y, sí, incluso huevos con su cáscara perfectamente intacta. Porque si algo no está bien lavado, claramente está sucio, y si está sucio, es prácticamente un ataque a la higiene alimentaria nacional.
Pero atención: esta cruzada doméstica no solo es innecesaria, sino que a menudo es directamente contraproducente. Y no lo decimos nosotros (aunque nos encantaría), lo dice la ciencia, la lógica y cualquier persona con un mínimo conocimiento en seguridad alimentaria sabe que lavar los huevos y el pollo crudo no es buena idea.
Bienvenidos al universo paralelo de los lavadores compulsivos
En este multiverso paralelo, todo entra en casa y se somete a una ducha improvisada: las bolsas de patatas, las latas de atún, los limones, los bricks de leche. Pero lo que realmente marca la diferencia en esta galaxia del grifo, es el tratamiento VIP que reciben ciertos alimentos. Uno de los favoritos de esta liturgia: el pollo crudo. Ah, el pollo, esa ave que ha unido generaciones enteras bajo la falsa creencia de que lavarlo antes de cocinarlo elimina bacterias. Spoiler: no las elimina.

Lavar pollo crudo es como intentar quitarle el crimen a un cuchillo lavándolo con Fairy. No solo es inútil, sino que además es peligroso. El agua no mata bacterias; las esparce. Al lavar el pollo bajo el grifo, las gotas cargadas de Campylobacter, Salmonella y otras delicias microscópicas salpican alegremente a unos 50 centímetros a la redonda. Así que si tienes cerca una ensalada o ese cuchillo que vas a usar para cortar pan, ya puedes ir llamando a Urgencias.
Tal como indica la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN), el pollo crudo no se lava: se cocina bien. Punto. El calor mata. El agua, en este caso, solo hace amigos.
Los huevos: esa cáscara traicionera
Pero si lavar pollo ya suena a disparate, el siguiente nivel de esta escalada hacia el absurdo es lavar los huevos. Y no hablamos de lavarlos después de cocidos, no. Hablamos de esa gente que, antes de guardarlos en la nevera, los somete a un proceso de lavado más exigente que el de sus propias manos. Con esponja, con jabón e incluso con vinagre. Por si las gallinas hubieran estado traficando con residuos tóxicos.

La paradoja es hermosa: los huevos frescos vienen con una cutícula natural que protege su interior de la entrada de bacterias. Pero, claro, a alguien se le ocurrió que esa capa natural era sospechosa, así que mejor arrasarla con estropajo. ¿El resultado? Huevos más vulnerables, que pueden contaminarse con salmonella justo por lo que se supone que es un acto de “limpieza”. Brillante.
Y si ya los lavas y los metes húmedos a la nevera, la condensación hace el trabajo sucio por ti: abre la puerta a la contaminación cruzada, esa gran olvidada de la seguridad alimentaria que tanta gente pasa por alto en su cruzada mojada.
La carne picada: el colmo de la ternura (y de la irresponsabilidad)
¿Y qué decir de quienes lavan la carne picada? Esa masa informe, que ya ha sido triturada en condiciones de manipulación controlada (esperemos), y que luego pasa por un colador como si fuera arroz. ¿Resultado? Una textura irreconocible y, de nuevo, un baño de bacterias por toda la encimera. Porque si la carne tenía algún microorganismo patógeno, ahora lo compartirá con tu fregadero, tus manos, tu tabla de cortar y, si hay suerte, con el gato o el perro.

No hay razón en el universo que justifique lavar la carne picada. Tampoco hay poesía, ni excusa sentimental. Solo ignorancia vestida de celo higiénico.
Y si quieres conocer más sobre cómo manipular alimentos con seguridad en casa, no te pierdas este artículo sobre cómo aprovechar las sobras con toda seguridad.
Pero no todo está perdido: algunas cosas sí se lavan
Para no parecer completamente cínicos —aunque lo somos un poquito—, digamos lo obvio: sí hay alimentos que deben lavarse. Sobre todo aquellos que van a comerse crudos. Las frutas y verduras no procesadas pueden venir cargadas de tierra, pesticidas o restos fecales de origen dudoso (gracias, agricultura). Así que en estos casos, sí: abre el grifo, frota con cariño, y enjuaga bien.
Pero no, no hace falta llenar el fregadero con lejía como si estuvieras descontaminando Chernóbil. Basta con lavar las piezas enteras, justo antes de consumirlas, bajo el chorro de agua potable. Para las más porosas o de hoja, como lechugas o fresas, puedes usar una solución casera con vinagre (una parte de vinagre por tres de agua) y luego aclarar bien. No hará milagros, pero sí ayudará a reducir residuos superficiales.

Si quieres ya jugar en la Champions de la higiene alimentaria, puedes comprar desinfectantes específicos para alimentos vegetales. Pero, por favor, no metas el brócoli en amoniaco ni le pases una toallita desmaquillante. Por muy instagrammer que seas.
Y si además te interesa saber cómo elegir mejor lo que compras, te dejamos aquí claves y consejos para elegir alimentos saludables.
La nevera no es una cámara de descontaminación
Otra costumbre con tintes de ciencia ficción: lavar alimentos antes de meterlos a la nevera. Como si el frío se ofendiera ante la más mínima mota de polvo. Pero la seguridad alimentaria no va de purificar todo como si fueras a hacer una ofrenda a los dioses. Si lavas los alimentos antes de refrigerarlos, les estás añadiendo humedad innecesaria, lo que favorece la proliferación de moho y bacterias. Bravo. Aplausos. Premio Nobel de Bioterrorismo Doméstico.
¿Quieres mantenerlos seguros? Guárdalos tal cual, en condiciones de refrigeración adecuadas, sin romper la cadena de frío, y manipúlalos con las manos limpias. Ya está. Es así de fácil. Pero claro, eso no suena tan épico como “yo limpio todo antes de guardarlo, por si acaso”.
¿Y el pescado? ¿Y los envases?
El pescado es otra víctima de la histeria. Si lo compras fresco, ya ha sido lavado en origen. Si lo compras congelado, viene higienizado y listo para cocinar. Lavarlo solo le añade humedad que luego te complica la vida a la hora de cocinarlo. Por no hablar del olor. Porque si hay algo peor que el pescado mal cocinado, es el pescado mojado y chorreando en tu fregadero.

¿Y los envases? ¿Eres de los que lava el cartón de leche y el envase del jamón cocido antes de meterlo al frigo? Tranquilo: no estás loco. Pero tampoco estás haciendo nada realmente útil. La mayoría de los gérmenes no están en el cartón. Están en tu mano, en tu tabla, en el cuchillo que usaste para cortar pollo. Prioriza.
Resumiendo: menos agua, más cabeza
Lavar por lavar no es higiene alimentaria. Así que ya sabes: menos supersticiones y más ciencia. Olvida eso de lavar los huevos y el pollo crudo, y céntrate en lo que sí importa:
- Lava bien tus manos.
- Cocina los alimentos a la temperatura adecuada.
- No mezcles alimentos crudos con cocinados.
- Desinfecta superficies.
- Guarda cada cosa en su lugar.
Y, por favor, deja de lavar los huevos. Ni son tóxicos, ni llevan ántrax, ni vienen del apocalipsis. Son solo huevos.