Cómo vivir tras la muerte de un ser querido

Vivir la muerte de un ser querido

Hay ausencias que no se llenan. Se aprenden a mirar desde lejos, como si fueran parte de un paisaje nuevo al que aún no sabemos cómo caminar. La muerte de un ser querido nos cambia el mundo. A veces sin ruido, otras con un temblor que rompe por dentro.

Hay pérdidas que el mundo no sabe mirar. Que se convierten en silencio, en incomodidad, en un vacío que nadie se atreve a nombrar. A veces no es solo la ausencia, sino todo lo que rodea al adiós: lo inesperado, lo incomprensible, lo que no encaja en los rituales habituales del duelo. En esos casos, el dolor puede quedar atrapado, sin espacio para expresarse.

Pero incluso en medio de ese abismo, la vida sigue latiendo muy despacio. Una taza que alguien te deja en la mesa. Un rayo de sol que entra sin pedir permiso. Un recuerdo que duele, sí, pero también sostiene. Porque hay duelos que no se superan. Solo se caminan. Acompañados, si se puede. Y si no, con la compañía invisible de quienes también han estado ahí.

La impermanencia

Esa mirada pausada ante el dolor se refleja en muchas tradiciones japonesas, donde el duelo no se tapa ni se acelera. Recuerdo que precisamente allí, enseñan a convivir con la impermanencia. Nada es para siempre, decían. Lo sabíamos. Pero una cosa es saberlo y otra, muy distinta, es vivirlo.

No existen las palabras exactas para acompañar un duelo. Y sin embargo, a veces una taza caliente, una mirada sin juicio o el simple gesto de sentarse al lado en silencio puede hacer más que mil frases bien intencionadas.

El duelo en Japón

Allí, la muerte no se vive como un final absoluto, sino como un cambio de estado. Se honra al ser querido con pequeños gestos cotidianos: una flor fresca, una taza de té, un cuenco de arroz frente al altar familiar. El alma no se olvida. Se le hace sitio. El luto no se mide en meses, sino en silencios. Hay espacio para lo que duele. Y también para lo que aún une. Porque incluso en la ausencia, el vínculo continúa.

muerte de un ser querido

Precisamente en ese país, es común el uso del butsudan, un pequeño altar doméstico donde se honra a los antepasados (más información).

Cada duelo tiene su ritmo

No hay tiempos ni manuales. Algunos días el dolor pesa menos. Otros, sin previo aviso, regresa con fuerza. Y no está mal. Es así. Hay quien llora y hay quien calla. Hay quien necesita hablar una y otra vez, y quien guarda todo dentro como si tuviera miedo de romperse aún más.

A veces, la culpa aparece sin avisar. No porque hayamos olvidado, sino porque el corazón se queda atrapado en lo que no pudimos hacer, decir o cambiar. Pero nadie puede con todo. Y lo que hicimos en ese momento fue lo mejor que supimos hacer con lo que teníamos.

Cuando no hay palabras

Hay duelos que duelen más allá de lo imaginable. Que se escapan de lo que el mundo sabe mirar. Donde la despedida no tuvo forma. Donde lo que rodea la muerte es tan duro que ni siquiera se puede contar. A veces no es solo la ausencia, sino todo lo que rodea al adiós: lo que no tuvo forma, lo que quedó fuera de lo esperado, lo que aún no sabemos cómo sostener.

En esos casos, lo único que podemos hacer es sostener. Estar. Aunque sea en la distancia. Acompañar con gestos pequeños. Porque no hay consuelo posible, pero sí puede haber un poco de alivio en saberse visto. En saber que alguien, en algún lugar, entiende ese dolor sin ponerle nombre.

一期一会 – Ichigo ichie.
Cada encuentro es único. Y por eso, cada pérdida también lo es.

Cuando se va un compañero de cuatro patas

Y a veces, la pérdida no tiene forma humana, pero duele igual. Un perro, un gato, ese ser que te miraba sin pedir nada, que estaba siempre. También esas despedidas dejan huecos silenciosos en casa y en el alma. Y también merecen ser lloradas, recordadas, honradas.

muerte de un ser querido

A veces, por no sentir ese vacío, se busca enseguida otro animal que lo ocupe. Pero no harías eso con una persona. Cada vínculo es único. Y el duelo necesita su tiempo, aunque tenga cuatro patas y no palabras.

La vida sigue, pero distinta

Incluso tras la muerte de un ser querido, con el tiempo pueden volver los pequeños momentos que nos conectan con la vida. No porque duela menos, sino porque dejamos de resistirnos tanto. Se cuela en las cosas simples: una flor que vuelve a florecer, una canción que trae un recuerdo, un olor que nos devuelve un instante.

Y ahí, en medio de la tristeza, aparece a veces un hilo suave de gratitud. Porque amamos. Porque fuimos amados. Y aunque duela, eso también es un regalo.

Cocinar como gesto de memoria

En algunas culturas, después de despedir a alguien, la gente se reúne para comer. No es una celebración, sino una forma de estar juntos. De cuidarse en silencio. De llenar, aunque sea por un momento, el vacío con algo caliente, compartido, sencillo. Un caldo, un pan, una taza de té. Pequeños gestos que dicen: no estás sola, no estás solo.

muerte de un ser querido

A veces, cocinar una receta que solíamos compartir también es una forma de recordar. Hay manos que ya no están, pero que siguen vivas en un guiso que huele igual que entonces, en una sopa que sabe a abrazo, en ese postre que solo preparábamos en casa por Navidad. Cocinar para uno mismo o para alguien que lo necesita puede ser un pequeño acto de amor, una manera de decir “estoy aquí”, sin palabras.

Un pequeño ritual para cuando duela demasiado

Y si un día el dolor aprieta demasiado, puedes probar esto: enciende una vela al caer la tarde. No tiene que ser por nada especial. Solo siéntate con ella unos minutos, sin música, sin prisas. Mira la llama y deja que te acompañe. Puedes decir su nombre en voz baja. O no decir nada.

Si hay días en los que cuesta respirar, si sientes que no hiciste lo suficiente, solo quiero decirte esto: amar no siempre salva, pero amar ya fue suficiente.

Agradecimiento final

Gracias, de corazón, a Eli por leer este texto antes de ser publicado, con la sensibilidad de quien ha atravesado lo inimaginable. Sus palabras sobre la culpa no solo enriquecen lo escrito, sino que le dan profundidad y verdad. Que este texto, de algún modo, también la abrace a ella.

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