No todo lo dulce lleva azúcar

No todo lo dulce lleva azúcar

Hay días en los que el cuerpo no pide comida. Pide dulzura. No esa que se mide en gramos ni se guarda en sobres, sino una que reconforta, que envuelve, que calma. Una dulzura que parece tener forma de galleta o de chocolate, pero que, en realidad, viene de mucho más adentro. Con el tiempo he aprendido que no todo lo dulce lleva azúcar, y que ese anhelo que sentimos muchas veces no tiene nada que ver con el hambre.

Es un anhelo silencioso, casi instintivo. A veces aparece a media tarde, cuando el cansancio se sienta a nuestro lado sin avisar. Otras, justo después de una conversación que nos ha removido más de lo que imaginábamos. Y otras, sin razón aparente, solo como una sombra que pide consuelo.

Nos han enseñado a responder con comida. Con algo rápido, algo que distraiga, algo que tape. Pero esa dulzura que buscamos no siempre viene del sabor. A veces, es la necesidad de una pausa. De una caricia emocional. De sentirnos vistas, aunque sea por nosotras mismas.

Si este tema te resuena, tal vez quieras leer también el primer texto que escribí sobre este proceso: Dejar el azúcar sin dramas, una reflexión suave para quienes están empezando a cuidarse desde otro lugar.

Cuando la ansiedad se disfraza de hambre

Durante mucho tiempo confundí una cosa con la otra. Cada vez que la ansiedad asomaba —cuando el día se me hacía cuesta arriba, cuando me sentía sola, cuando algo dolía sin saber bien qué— acababa buscando algo dulce. Como si el azúcar pudiera tapar el hueco. Como si pudiera calmar una emoción con una cucharada. Y, durante unos minutos, parecía funcionar.

no todo lo dulce lleva azúcar

Pero después, siempre venía otra sensación: culpa, pesadez, desconexión. Un cuerpo que no sabía si necesitaba consuelo o digestión. Una mente que no había escuchado del todo lo que quería decirse.

Dulzura para el alma: más allá de lo que se come

Con el tiempo —y no sin tropiezos— aprendí algo importante: no todo lo dulce lleva azúcar. Descubrí que hay dulzura en otras formas. Una taza de té humeante que preparo solo para mí. También una compota casera que huele a canela y me recuerda a mi abuela. O una fruta madura, cortada con mimo, sin distracciones.

no todo lo que es dulce lleva azúcar

Pero también la hay en lo que no se come. En una conversación sin filtros. En una siesta bajo una manta ligera. En caminar sin mirar el reloj, solo por el gusto de moverse. En dejar de exigirme tanto y darme permiso para simplemente estar.

Escuchar sin juzgar

La ansiedad por la comida no siempre habla de hambre. A veces, es el cuerpo diciendo “escúchame”, pero lo hacemos en el idioma que nos enseñaron: el del picoteo, el atracón silencioso, la recompensa con azúcar. Y no se trata de juzgarnos por eso. Al contrario. Se trata de observarlo con ternura, con curiosidad, y preguntarnos: ¿Qué me está faltando que intento llenar así?

No todo lo dulce lleva azúcar

No hay una única respuesta, ni una solución mágica. Pero cuando entendí que podía darme dulzura de otras formas, todo cambió. Empecé a cuidarme desde un lugar más amable. A tratar a la comida como un ritual, no como un castigo ni una escapatoria. Y a darme cuenta de que la dulzura no siempre necesita azúcar.

Yasuragi: el arte de nutrirse sin prisa

En Japón, existe una palabra que siempre me ha conmovido: “yasuragi”, que significa paz interior. Es un estado que no se alcanza haciendo más, sino haciendo menos. A veces, todo lo que el cuerpo necesita es un momento de yasuragi. Y no viene en forma de pastel, sino en una pausa. En una mirada amable hacia dentro.

Té matcha japonés con batidor de bambú – ritual de calma y dulzura sin azúcar

Tal vez tú también estés en ese camino. Tal vez te suene eso de buscar dulces cuando lo que necesitas es descanso, compañía o silencio. Si es así, no estás sola. A muchas nos pasa.

Y tal vez este pequeño recordatorio te sirva hoy. No todo lo dulce lleva azúcar. Y cuando lo descubres, algo dentro se aligera.

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