Fibra: la aburrida que en realidad te salva el trasero

Fibra

Sí, lo entendemos: cuando escuchas la palabra fibra, tu cerebro automáticamente se traslada a la estantería más deprimente del supermercado. Justo al lado de los productos sin gluten, sin azúcar, sin ganas de vivir. Pero antes de que cierres esta pestaña y vuelvas a buscar recetas con cinco tipos de quesos y cero arrepentimiento, déjame decirte algo: la fibra es la verdadera influencer de tu organismo. Sin selfies, sin filtros, y sin necesidad de estar en Instagram.

Vivimos en una época en la que sabemos exactamente cuántos pasos da Georgina Rodríguez en un día, pero seguimos ignorando lo más básico: que tu intestino tiene más neuronas que muchos políticos, y que si no lo cuidas como es debido, puede empezar a vengarse… con gases. O algo peor.

La fibra: la heroína silenciosa

Si te dieran un euro cada vez que alguien muere por enfermedades evitables relacionadas con la alimentación, probablemente te podrías comprar el supermercado entero. Y entre los factores que podrían evitarse con un mínimo de esfuerzo —como no cenar pizza cuatro veces por semana o dejar de pensar que el refresco “zero” es saludable— está, oh sorpresa!, el consumo de fibra.

Esa sustancia vegetal que tu cuerpo no puede digerir, y que precisamente por eso es maravillosa. ¿Contradictorio? Claro. ¿Importante? Más de lo que crees. Mientras tú te debates entre si añadir más aguacate a tu tostada, la fibra se encarga de que tu intestino no se convierta en un campo de batalla lleno de toxinas, residuos y decisiones alimentarias cuestionables.

Y aquí viene la parte que nadie quiere escuchar: si no comes suficiente fibra, tu flora intestinal —también conocida como microbiota, o esos trillones de microorganismos que trabajan más horas que tú en la oficina— empieza a gritar. No con palabras, sino con estreñimiento, inflamación, cambios de humor, e incluso más antojos de azúcar que un aborrescente insomne.

fibra

¿Y qué pasa si no comes fibra?

Vamos por partes. Primero, tu tránsito intestinal se vuelve tan lento que podrías escribirle una carta a tu próximo excremento para ver si aún recuerda que debe salir. Segundo, tu glucemia empieza a parecer una montaña rusa de emociones. Subes, bajas, te mareas, te entran ganas de llorar… Pero lo peor: te conviertes en el mejor amigo de la diabetes tipo 2, ese enemigo silencioso que no necesita presentación porque ya conoce a medio planeta.

Y si todo esto te parece exagerado, espera a que entremos en el terreno verdaderamente dramático: el cáncer de colon. ¿Sabías que la ingesta insuficiente de fibra es un factor de riesgo importante para desarrollarlo? Pero claro, tú sigue pensando que el pan blanco es ‘más suave’. La ignorancia también es un estilo de vida.

Pero, ¿qué hace realmente la fibra?

En términos sencillos: actúa como esa amiga que te dice la verdad aunque duela. Barre lo que no necesitas, alimenta lo que sí, y te deja el intestino más limpio que tu conciencia después de hacer ejercicio.

La fibra soluble se disuelve en agua y forma una especie de gel (no, no es slime intestinal, aunque suena tentador) que ralentiza la digestión y te ayuda a controlar la glucemia y el colesterol. La insoluble, en cambio, es como un exfoliante digestivo: acelera el tránsito intestinal y evita que te conviertas en una persona con aspecto de estar permanentemente enfadada por la falta de evacuación. Ambas son fundamentales para que tu microbiota no te abandone emocionalmente. Porque esos bichitos, aunque microscópicos, son los responsables de que tu sistema inmunológico funcione, de que no te sientas hinchado y de que no te dé por llorar cada vez que ves un anuncio de galletas.

¿Cómo incluir más fibra sin volverte un fanático del alpiste?

No todo en la vida es avena. Aunque, sinceramente, deberías comerla más. Pero si estás buscando maneras saludables (y divertidas, por qué no) de consumir más fibra, aquí van unas cuantas que no te harán sentir que estás castigándote:

  • Popurrí vegetal diario: Añade vegetales crudos a todo. ¿Tienes pasta? Zanahoria rallada. ¿Tienes arroz? Brócoli al vapor. ¿Tienes una vida triste? Añade color con remolacha, calabaza o espinacas. No es magia, pero es casi igual de efectivo.
  • Legumbres: esas cosas que tu abuela cocinaba con tanto amor y tú sustituiste por nuggets congelados. Pues vuelve a ellas. Lentejas, garbanzos, alubias. Además de fibra, te dan proteínas y un motivo para aprender a cocinar sin abrir una app de comida rápida.
  • Frutas con piel: Deja de pelar la manzana como si fueras la reina de Inglaterra. Ahí está la fibra, en la piel. Come la fruta entera, sin vergüenza.
  • Pan de verdad: El pan integral auténtico, no el que solo tiene color marrón sospechoso pero está hecho con harina refinada. Lee las etiquetas como si estuvieras leyendo mensajes de tu ex: con desconfianza y lupa.

¿Y qué demonios es el almidón resistente?

Ah, el secreto mejor guardado del mundo moderno. El almidón resistente es una especie de fibra camuflada que se forma cuando cocinas y luego enfrías ciertos alimentos ricos en almidón, como las patatas, el arroz o la pasta. Sí, como lo oyes: cocinar, enfriar y… ¡tachán! Has creado un superalimento sin saberlo convirtiendo, por arte de birlibirloque, el almidón que engorda, en fibra de cinco tenedores para tu flora.

El almidón resistente alimenta a tu microbiota, mejora tu sensibilidad a la insulina y te ayuda a mantener a raya la glucemia. Es como si el arroz blanco se pusiera gafas y se volviera inteligente.

¿Un ejemplo práctico? Haz una ensalada de patata cocida con vinagre, hierbas y cebolla. Métela en la nevera. Al día siguiente, además de ser un plato fresquito, estarás comiendo fibra sin darte cuenta. Y sin sufrir porque, spoiler, esa fibra, no sabe a cartón.

Vamos terminando: menos detox, más fibra

Estamos obsesionados con ‘desintoxicarnos’ bebiendo zumos que saben a chupar prado, mientras ignoramos la herramienta más potente que tenemos: la maldita fibra. No necesitas suplementos caros ni dietas con nombres ridículos. Necesitas comida auténtica, masticable, con textura y, sobre todo, con fibra.

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Cuida tu flora intestinal como cuidarías a un tamagotchi (si es que tuviste infancia): aliméntala bien, no la ignores y no la sobrecargues con procesados y azúcares. De lo contrario, tu cuerpo —y especialmente tu intestino— se vengarán con la elegancia de una diarrea imprevista o una hinchazón tan severa que parecerá que estás en tu segundo trimestre de embarazo de burra. Y si después de todo esto, aún no te convence comer más fibra, solo te queda una cosa por hacer: imprimir este artículo, comértelo, y esperar que, al menos, el papel tenga algo de celulosa útil para tu tránsito.

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  1. says: Idoia Casanova Insausti

    ¡Genial descripción!
    Me ha encantado el artículo, tanto o más que la fibra, que me encanta.
    Gracias por la información.